Camino. Por calles estrechas (y casi laberínticas). Mis paseos sin rumbo, siempre me llevan a las partes más antiguas de la ciudad. Me gusta que sea así. Las piedras de canto redondo insertadas en el pavimento de algunas calles que ralentizan el paso, la necesidad de pararse cada vez que viene un coche para que quepamos ambos, y las bifurcaciones que te obligan amablemente a optar por un camino u otro, ya sea por la curiosidad de descubrir o las ganas de recordar o redescubrir los retazos que están en la memoria, me permiten llevar un ritmo pausado pero constante. Darme un respiro. Coger fuerzas.
(…Mientras tanto no puedo evitar pensar que el mundo llora…y que habitualmente hago tan poco por contribuir a paliar ese llanto. Siempre he pensado que si cada uno nos ocupáramos realmente de las personas que tenemos a nuestro alrededor, de nuestros afectos más próximos, con entrega, con mimo, con verdadera dedicación, el mundo iría mucho mejor. Pero justo ahora, que estoy “parada”, y veo al mundo rodar, desde otra óptica, creo que quizás eso no sea suficiente, aunque tranquilice mi conciencia. Que quizás hay que hacer más, porque se necesita más ayuda… porque el mundo llora, y las lágrimas se deslizan desde muchos frentes, desde demasiados, y yo oigo el llanto y veo las lágrimas más ahora…)
…Me detengo en un recoveco, y veo una calle que se deriva de él, sin apenas apreciarse. La sigo. Y al final de una travesía sin ventanas en donde casi he de apoyarme en las paredes para no perder el equilibrio, llego a un ensanche, y me deslumbra una casa, una casa antigua, antiquísima, pero exquisitamente cuidada, con grandes ventanas rejadas en la parte de abajo, y enormes balcones en la parte de arriba llenos de buganvilla que cuelga de ellos por las paredes. Es altísima. Señorial. Esbelta. Atravieso el zaguán, y tras unos portones de madera, descubro un patio precioso, como en un alto, lleno de enredaderas, con un pozo blanco, varios bancos, aperos de labranza abrillantados, faroles de otra época en perfecto estado, y flores, flores que parecen haber crecido justo donde han de crecer ... Se entreabre una puerta de cristal, oigo al Cigala, su “Compasión”, y mi memoria se hace más viva, más presente, y pienso en mi infancia, y otra infancia que leí tantas veces se me entrecruza…“Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y un huerto claro donde madura el limonero; mi juventud, veinte años en tierra de Castilla; mi historia, algunos casos que recordar no quiero…” (A. Machado)
(…Mientras tanto no puedo evitar pensar que el mundo llora…y que habitualmente hago tan poco por contribuir a paliar ese llanto. Siempre he pensado que si cada uno nos ocupáramos realmente de las personas que tenemos a nuestro alrededor, de nuestros afectos más próximos, con entrega, con mimo, con verdadera dedicación, el mundo iría mucho mejor. Pero justo ahora, que estoy “parada”, y veo al mundo rodar, desde otra óptica, creo que quizás eso no sea suficiente, aunque tranquilice mi conciencia. Que quizás hay que hacer más, porque se necesita más ayuda… porque el mundo llora, y las lágrimas se deslizan desde muchos frentes, desde demasiados, y yo oigo el llanto y veo las lágrimas más ahora…)
…Me detengo en un recoveco, y veo una calle que se deriva de él, sin apenas apreciarse. La sigo. Y al final de una travesía sin ventanas en donde casi he de apoyarme en las paredes para no perder el equilibrio, llego a un ensanche, y me deslumbra una casa, una casa antigua, antiquísima, pero exquisitamente cuidada, con grandes ventanas rejadas en la parte de abajo, y enormes balcones en la parte de arriba llenos de buganvilla que cuelga de ellos por las paredes. Es altísima. Señorial. Esbelta. Atravieso el zaguán, y tras unos portones de madera, descubro un patio precioso, como en un alto, lleno de enredaderas, con un pozo blanco, varios bancos, aperos de labranza abrillantados, faroles de otra época en perfecto estado, y flores, flores que parecen haber crecido justo donde han de crecer ... Se entreabre una puerta de cristal, oigo al Cigala, su “Compasión”, y mi memoria se hace más viva, más presente, y pienso en mi infancia, y otra infancia que leí tantas veces se me entrecruza…“Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y un huerto claro donde madura el limonero; mi juventud, veinte años en tierra de Castilla; mi historia, algunos casos que recordar no quiero…” (A. Machado)
(y lloro…Porque el mundo llora. Porque la belleza existe y me conmueve; y, sobre todo, porque todos deberíamos tener la oportunidad de que nuestros ojos la vieran, nuestros oídos la oyeran, nuestros sentidos la percibieran…)