“La
felicidad está ahí, al alcance de la mano. No la busques jamás, si no huirá. Se
encuentra en la vigilancia, en el asombro. A veces parece que la felicidad
desaparece durante mucho tiempo; demasiado tiempo. Sin embargo está ahí, en el
encuentro de una mirada” (H. Roger)
...Hay
días que me levanto con el corazón encogido. Asustado. Dolorido. Y busco en mis
adentros, todo lo que pueda descomprimírmelo, estirarlo, agrandarlo, sosegarlo. Hacerme sentir la vida, las ganas.
La alegría, otra vez. Pero no siempre lo consigo. No.
Sé que me impaciento, que me apresuro,
que no me dejo estar, y el resultado es
el contrario. Lo sé. Pero es que a días, a ratos, me cuesta mucho aceptar,
consentir, aunque sepa que ese es el único camino. El único. Y seguir. Seguir
por donde he de seguir pese a que me duela. Porque me duele seguir y desprenderme.
Desprenderme, sobre todo. No pensar sólo, no es suficiente, a veces. Los recuerdos te sobrevienen, te engullen, aunque no les hagas caso. Qué absoluta necedad e
insistencia la de mi corazón (y mi cabeza) por lo que ya se fue, por quien mira hoy hacia otro lado. Qué manera de tomarse tan en serio (y a la vida) sabiendo la fugacidad de todo...Pero busco en mis adentros...
…Mi
niña, va dejando de serlo. Qué preciosa está y qué pelo más brillante, con reflejos
dorados, tenía ayer cuando caminábamos por la sombra, de las calles acaloradas,
a primera hora de la tarde. Se había
puesto rímel en las pestañas, y se le notaba claramente al trasluz, aunque yo disimulaba
haberme dado cuenta, y sólo sonreía al mirarla. Cuando
buscaba hacia atrás, para ver si íbamos todos, encontraba siempre a mi rubio, sentado en un umbral, pasando el dedo por las
fachadas de granito de las casas al mismo tiempo que caminaba. Seguro,
tranquilo. Guiñándome un ojo si encontrábamos nuestras miradas. Intentando
pasar desapercibido, como de costumbre, pero sin pasarlo, claro. El pequeñín, estaba malillo,
y reía menos de lo habitual, pero dejó la mirada fija cuando nos paramos en el cruce de varias calles para ver "el paso del Domingo de Ramos". Quince minutos de reloj sin
dejar de mirar fijamente al espectáculo absolutamente novedoso para él. Su
forma de mirar en un niño tan pequeño, casi asusta. Y su silencio. Se mimetizó con el entorno. Y, por un instante, me conmovió. Sí, puede llegar a ser conmovedora, su manera atenta de descubrir el mundo...
…Ellos, mis mayores, se han acostumbrado a disfrutar de lo cotidiano con su gente de antaño. Es
donde se sienten cómodos y tranquilos. Y si te dejas caer, y te unes a su paseo del atardecer,
al caminar, tímidamente, a veces de soslayo y otras al pararte a tomar resuello
y girar la cabeza hacia atrás, ves las mieses verdes, los pozos, las casas blancas
con sus huertos, y el horizonte despejado.
Te asombras, casi sin quererlo. Te das cuenta de que la belleza está ahí, sigue ahí, pese a la resistencia que a veces hay que vencer para verla. Y que tienes que volver a detenerte y a captar lo sencillo, los detalles, las miradas...porque la felicidad se encuentra en estos instantes. En la vigilancia, en el asombro. "Está ahí, al alcance de la mano".