...Tú naciste la primera. Me enseñaste poco con palabras, y casi todo con hechos. Al principio quería sacarte el misterio –ya sabes que mi obsesión por aprender viene de niña-, pero no tardé en darme cuenta de que lo que yo llamaba “halo de misterio”, era “clase”; y con la clase se nace (raramente se hace). Fuerte de natural, y en todos los ámbitos. Inteligencia aplicada. Sin conocer jamás la envidia, sin hablar jamás de nadie, y sobre todo, sin juzgar, sin juzgar jamás a nadie. Independiente. Siguiendo tu camino, porque era tuyo, y no era cuestionable que fuera de otro, nunca. Casi impermeable a las críticas, pero permeable al aprendizaje y al afecto, al cariño (cuando no estoy bien de salud y lleva tiempo sin verme, a veces me llama “princesa”). Reservada para lo de dentro. Tremendamente generosa, desprendida. Alegre. Optimista. Y, hoy, además, inmune al desaliento como Madre (tengo que poner la mayúscula, es imposible no hacerlo)...
...De niña me enfadaba cuando no me dejaban cogerte por si te tumbaba. Nunca vi cara más preciosa (ni la sigo viendo…). De una sensibilidad extrema. Creativa. Rebelde. Inteligente, no sólo por la parte que viene de tu sensibilidad, que es mucha, sino porque todo lo pillabas al vuelo, sin método, sin repetición, sin reglas, porque sí. Sobre todo de fortaleza adquirida. Hecha con el esfuerzo de cada día y con la determinación de quien sabe que lo es (porque lo es), y porque a veces hay que pegar un puñetazo en la mesa, que aunque nos duela, nos ayudará siempre. No te amilanas casi ante nada. Exigente (pero si la miras a los ojos, pone cara de circunstancia, y te abraza). Afectiva. Juguetona. Alegre y risueña (a veces pa´ dentro, sólo a veces). Sabedora de su necesaria dosis de ilusión, planifica para ser más feliz. Sin meterse jamás en la vida de nadie. También desprendida. Hoy, caminas de la mano de tu compañero con paso firme...