martes, 22 de noviembre de 2011

Cambios

Me cansé. Rebosó el vaso. Tanto, que me quedé sin agua. Me sequé. Y luego perduré en la sequía (porque no quise volver a mojarme ni los dedos, o lo necesitaría, o no podría, pero no quise). Me endurecí. Me endurecí por dentro, y paradójicamente me debilité más por fuera. Me blindé. Me acoracé. Y me refugié en la seguridad de mi hogar. Estuve sola. Sola, durante mucho tiempo. Como quería. Me acostumbré a la soledad y a su placidez. Disfruté de ella. Dejé de tenerle miedo. Todo. Ya no consigo recordar cuándo ni cuánto le temía. Me enganché.
...Pero ahora algo está cambiando (o quiero que cambie). Empiezo a echar de menos a las personas y al ruido que tanto me agotaron en su día. Reconstruida, y distinta -aunque reconociéndome-, quizás sea el momento de volver a pisar el ruedo...

miércoles, 5 de octubre de 2011

Berlín







...Cuesta sumergirse en el pasado que un día fue un presente "imborrable", cuando el presente también quedará. Y cuesta no sentir cierta zozobra con la dirección y el sentido que tomará este presente, viendo cómo evolucinó aquel que hoy es pasado... (primavera-otoño 2011)


Siempre supe que se me quedaría grande. Allí más. Las ciudades a veces te desbordan. No por su tamaño, que también, sino por su historia, por su dura y compleja historia, que se refleja nada más llegar en cada parte del mapa que llevas en la mano, pensando que con él te orientarás y conseguirás encajar las principales piezas del puzzle. No es que el mapa se hubiera roto en el camino -que podría, por el tiempo que llevaba conmigo-, pero tuve la sensación de que la ciudad estaba cosida a trozos, hecha a retazos, ensamblada. Claro, un día fueron dos en una divididas por un muro de 45 kilómetros . Y antes, a juzgar por su variedad, un número que desconocemos separado por barreras invisibles. Sin embargo, una vez empiezas a rodar crees que quizás sólo sea un espejismo de antaño, porque poco a poco vas percibiendo el cuidado que se ha puesto en el ensamblaje, la delicadeza en conciliar sus fantasmas con sus realidades, el esfuerzo en dejarlo todo allí, a la vista, conviviendo el gris plomizo de las columnas de cemento del monumento al Holocausto o del propio Reichstag con el colorido vivo de las vitrinas de Prenzlauer o de los grafitis de la parte del muro de Berlín aún existente, "East Side Gallery". El respeto hacia los contrastes. Adaptándose los unos a los otros, con (en) sus diferencias. Acostumbrándose a (en) la diversidad, y haciendo de ella un arte. Casi en cada rincón, a la vuelta de cada esquina, sobre todo del Berlín Oriental. Un arte distinto, propio.

El trasiego de las bicicletas desde la Puerta de Brandenburgo a la Isla de los Museos o desde aquí al Barrio judío, entre las vías del tren; los pequeños puestos a ambos lados del río Spree, y los "lugares de estar" creados a la orilla del mismo, te hacen sentir que el cambio forma parte de la ciudad, que está intrínsecamente unido a ella, y la dinamiza, la transforma, la reconstruye. La reconstruye /o reconstruyen, entre todo y entre todos, cada día, cada instante, incluso por la noche, porque esta ciudad no parece dormir... Paseamos por el bosque de Tiergarten, soñamos con la sabiduría en Humboldt, y descansamos en Gendarmenmarkt, pero, fue al atardecer, mirando indistintamente a la puerta de Brandenburgo y a ti, mientras comprabas los últimos regalos, cuando jugando con el objetivo de tu cámara, lo supe. Y entonces, cuando lo sabes, ya no importa cuánto tardes en juntar la piezas del puzzle, es más, tienes incluso la certeza de que le faltarán siempre piezas, que permanecerá incompleto y que siempre habrá algún pequeño rincón por descubrir. Porque este puzzle, esta ciudad, está viva. Y será precisamente eso lo que nos llevará tantas veces como tengamos sed, o inquietud, o curiosidad, al mismo sitio de partida: a Berlín, como a una fuente, como a un lugar por el que hay que pasar y beber. Irse y volver. Y seguir pasando...

martes, 26 de abril de 2011

EXTRAÑa resAca (de LUZ)

Saber echar de menos. Sobrellevar la ausencia. Descargar el peso que a veces soportamos y abandonarnos. Amar. Temer. Más cuanto más amamos. Desubicarnos por lo que no esperamos. Llorar. De alegría, de soledad. De no saber (dudar), de dudar. Por hacer, por no hacer. De las palabras, del silencio.
Esperarnos. Encontrarnos.
Abrazarnos. Sonreírnos.
Reconocernos. Aceptarnos.
Aprender a transformar lo ordinario en extraordinario. Lo extraño en conocido. Lo ajeno en propio, si queremos que lo sea. Lo hirsuto en delicado. Mantenernos erguidos pese a los vaivenes. Pedir ayuda, si es necesario. Buscar lo que florece incluso en terrenos yermos. Enamorarse de la belleza. Hacerse amigo de la humildad. Compartir lo sencillo. Encontrar la inspiración en la alegría. Descubrir la debilidad en la agresión. No rendirse, pero saber cuando acaba la lucha y llega la retirada. Vivir despiertos. No dejar de mirar al mundo, con curiosidad. Ni al horizonte, con calma. Perdernos en él durante las mañanas y las tardes, detenernos a mirarlo, a conciencia, convencidos de que está ahí aunque a veces no lo veamos, el que habíamos imaginado o posiblemente otro u otros distintos (que también serán horizontes y nos soprenderán, sobre todo, porque existen). Retenerlo/s. Adaptarnos a los ritmos de la naturaleza, a su fluir natural y constante, como el agua que corre por las rocas procedentes del deshielo de las montañas, o el hilo continuo que cae de una fuente. No desesperar con nuestra impaciencia. Sabernos fuertes y no olvidar que lo esencial perdura en nosotros (aunque las nubes lo hagan invisible cuando más creamos necesitarlo). No dejar que nos abandone la dulzura. Ni nunca la confianza. Confiar. Saber echar de menos. Sobrellevar la ausencia, y sumergirnos en el ritmo natural de las cosas...

domingo, 20 de febrero de 2011

Y llegaron dos rosas amarillas...

Vas dejando pasar los días. Te desentrenas. Y ya nada parece necesario que te cuentes. Que retengas. Que interese. Y cuanto más tiempo dejas pasar, más (te) pasa. El tiempo y la dejadez (no siempre deseada) tienen un potente efecto “licuador”. Como las fresas, las manzanas o los plátanos pasan del estado sólido al estado líquido en pocos minutos, igual sucede con los hechos, con las conversaciones, con las miradas, con los lugares, con lo que observas y vives. A veces tan sólo en instantes. No siempre uno puede prestar atención y reposo a todo, ni siquiera a todo lo que le llame la atención –o es consciente que debería llamársela-, pero el que uno no pueda o quiera hacerlo en determinadas etapas –sin reproches-, me hace darme cuenta precisamente de lo necesaria que es esa atención para encontrar un sentido a esto, a casi todo. Ojos abiertos (no sólo en el amor). Ojos abiertos para reconocer que existe lo excepcional en todas sus variantes y rangos de importancia - la rebelión del mundo árabe contra sus opresores de décadas porque ellos lo han decidido, dos niños que crecen cada día más confiados y sin miedo, la forma de diseccionar la condición humana de Márai en la Mujer Justa, la interpretación magistral de Natalie Portman en Black Swan…mis dos rosas amarillas -. Y tenemos que verlo. Y retenerlo. Interesarnos. Que lo cotidiano no puede desentrenarnos, porque, lo cotidiano, aunque a veces pueda parecer lo contrario, es no sólo el mejor entrenamiento, sino el contrario necesario para a veces encontrar sentido a esto, a casi todo.