martes, 28 de julio de 2009

Ratos de lectura

“…No sé qué me pasa con esta ciudad, dijo Hans devolviéndole el cuenco de arroz al organillero, es como si no me dejara irme…Imagínese, ayer el señor Zeit ni siquiera me preguntó cuándo me iba…Me pareció terrible. Odio saber el futuro. Casi no he podido dormir pensando en eso, ¿cuántos días llevo aquí?, al principio llevaba la cuenta exacta, pero ahora no podría asegurarlo (¿y por qué te preocupas?, dijo el organillero, ¿qué tiene de malo quedarse?), no sé, supongo que me asusta seguir viendo a Sophie y después tener que irme, eso sería peor, ahora todavía estoy a tiempo, quizá debería seguir viaje (pero un amor es eso, ¿no?, dijo el viejo, un amor es ser feliz quedándose), no estoy seguro, organillero, yo siempre he creído que el amor es puro movimiento, una especie de viaje (y si el amor ya es un viaje, razonó el viejo, ¿para qué necesitarías irte?), buena pregunta, bueno, por ejemplo para volver, para estar convencido de dónde quería estar, ¿cómo vas a saber si estás en el lugar indicado si nunca te has ido? (yo sé que amo Wandernburgo por eso, contestó el organillero, porque no quiero irme), sí, sí, ¿pero y las personas?, ¿con las personas es lo mismo?, para mí no hay mayor alegría que volver a ver a un amigo que no veía hace tiempo, quiero decir, uno también regresa a los lugares porque los ama, ¿no?, y un amor puede ser como volver de viaje (yo, como soy más viejo, pienso que el amor, el amor a los lugares, las personas o las cosas, tiene que ver con la armonía, y para mí la armonía es descansar, observar lo que tengo alrededor, estar contento estando donde estoy, en fin, por eso toco siempre en la plaza del Mercado, no puedo imaginarme otro lugar mejor), las cosas y los lugares están quietos, pero las personas cambian, uno cambia (querido Hans, los lugares también cambian todo el tiempo, ¿te has fijado en las ramas?, ¿te has fijado en el río?), nadie se fija en esas cosas, organillero, todo el mundo camina sin mirar, se acostumbran, se acostumbran a su casa, a su trabajo, a sus seres queridos, y al final se convencen de que esa es su vida, de que no puede ser otra, es pura costumbre (cierto, aunque el amor también es una costumbre, ¿no?, querer a alguien sería, no sé, como habitar en esa persona)…” ("El viajero del siglo" de Andrés Neuman, 2009, p. 68)

lunes, 13 de julio de 2009

ATL. French toasts (III)


...Parados en un semáforo, pensativos, medio en silencio, de vuelta al hotel después del brunch en Decatur para coger el avión, nos llamó la atención una chica que cruzaba la calle justo delante de nosotros balanceando las bolsas que llevaba en las manos. Parecía contenta. Con la mirada perdida. Quizás sonreía para sus adentros. Creo que sonreímos nosotros igual…

…Desperté con Monet una semana antes. Los Water Lilies del High Museum me parecieron perfectos. Llovía fuera, pese al calor, y llovía dentro. Un arcoiris de violetas, rosas, verdes tamizados y azules aguados, iban y venían a nuestra retina a medida que nos aproximábamos o alejábamos de la pared donde estaban los lirios pintados, como la lluvia intermitente a veces resuena en nuestros oídos. Misrach me conmovió: tuve la sensación de que la inmensidad del mar y sus diferentes texturas, plasmadas a la perfección en sus fotografías, ensalzaban y acogían, por igual, nuestras vulnerabilidades. Me sentí pequeña, pero humana, y esto me hizo empezar a rodar. Caminamos por Midtown, entre rascacielos, iglesias de las más variadas confesiones, y casas de paredes tableadas de madera con porche sureño y jardín abierto al exterior en la parte delantera. El aire olía a tierra mojada y las conversaciones comenzaban a adherirse a él. Mezclamos sabores, y más colores, y más texturas, y esta vez fue la boca la que se hizo agua en el vietnamita "Nam". La armónica de blues del "Virginia Highlands" me transportó a un momento y a un tiempo distinto, y oí el latido de este “folk”, como a menudo oigo el de otro, también en el Sur, pero en otro (más árido, más seco, más al Sur). Aprendí casi todos los días de lo que nos contaban. Disfruté incluso de las bromas que no llegaba a entender con exactitud, pero que intuía. Y aprender me produjo alegría. El ático del Hotel Glen, de noche, me enseñó otra Atlanta, y me recordó que las cosas no se ven igual con perspectiva. Que la perspectiva siempre nos desvela cosas nuevas y casi siempre también mejores. Y que no es necesario subir tan alto ni irse tan lejos, sólo querer subir y querer irse…Y nos fuimos, nos fuimos a ese lugar plácido entre árboles gigantes, con nuevo y reluciente suelo de bambú y chimenea, donde el cariño resulta ya reconocible, para continuar a la mañana siguiente tomando un brunch, con "french toasts", en el sitio de las flores en la paredes, en Decatur. Con “french toasts”…