miércoles, 5 de octubre de 2011

Berlín







...Cuesta sumergirse en el pasado que un día fue un presente "imborrable", cuando el presente también quedará. Y cuesta no sentir cierta zozobra con la dirección y el sentido que tomará este presente, viendo cómo evolucinó aquel que hoy es pasado... (primavera-otoño 2011)


Siempre supe que se me quedaría grande. Allí más. Las ciudades a veces te desbordan. No por su tamaño, que también, sino por su historia, por su dura y compleja historia, que se refleja nada más llegar en cada parte del mapa que llevas en la mano, pensando que con él te orientarás y conseguirás encajar las principales piezas del puzzle. No es que el mapa se hubiera roto en el camino -que podría, por el tiempo que llevaba conmigo-, pero tuve la sensación de que la ciudad estaba cosida a trozos, hecha a retazos, ensamblada. Claro, un día fueron dos en una divididas por un muro de 45 kilómetros . Y antes, a juzgar por su variedad, un número que desconocemos separado por barreras invisibles. Sin embargo, una vez empiezas a rodar crees que quizás sólo sea un espejismo de antaño, porque poco a poco vas percibiendo el cuidado que se ha puesto en el ensamblaje, la delicadeza en conciliar sus fantasmas con sus realidades, el esfuerzo en dejarlo todo allí, a la vista, conviviendo el gris plomizo de las columnas de cemento del monumento al Holocausto o del propio Reichstag con el colorido vivo de las vitrinas de Prenzlauer o de los grafitis de la parte del muro de Berlín aún existente, "East Side Gallery". El respeto hacia los contrastes. Adaptándose los unos a los otros, con (en) sus diferencias. Acostumbrándose a (en) la diversidad, y haciendo de ella un arte. Casi en cada rincón, a la vuelta de cada esquina, sobre todo del Berlín Oriental. Un arte distinto, propio.

El trasiego de las bicicletas desde la Puerta de Brandenburgo a la Isla de los Museos o desde aquí al Barrio judío, entre las vías del tren; los pequeños puestos a ambos lados del río Spree, y los "lugares de estar" creados a la orilla del mismo, te hacen sentir que el cambio forma parte de la ciudad, que está intrínsecamente unido a ella, y la dinamiza, la transforma, la reconstruye. La reconstruye /o reconstruyen, entre todo y entre todos, cada día, cada instante, incluso por la noche, porque esta ciudad no parece dormir... Paseamos por el bosque de Tiergarten, soñamos con la sabiduría en Humboldt, y descansamos en Gendarmenmarkt, pero, fue al atardecer, mirando indistintamente a la puerta de Brandenburgo y a ti, mientras comprabas los últimos regalos, cuando jugando con el objetivo de tu cámara, lo supe. Y entonces, cuando lo sabes, ya no importa cuánto tardes en juntar la piezas del puzzle, es más, tienes incluso la certeza de que le faltarán siempre piezas, que permanecerá incompleto y que siempre habrá algún pequeño rincón por descubrir. Porque este puzzle, esta ciudad, está viva. Y será precisamente eso lo que nos llevará tantas veces como tengamos sed, o inquietud, o curiosidad, al mismo sitio de partida: a Berlín, como a una fuente, como a un lugar por el que hay que pasar y beber. Irse y volver. Y seguir pasando...