Desde muy niña aprendí contigo que en el amor la estrategia que quería era la que fuera consecuencia de la táctica que tú escribías en tus versos: mirarse, aprehender del otro, hablarse, escucharse, aceptarse, quererse. Que el buen amor, el de a poquitos, el de los detalles, el de las miradas sutiles, el de las sonrisas que miran al cielo despejado que quisiéramos mañana, el del día a día, el que tú dedicaste a Luz en “Canciones del que no canta” -cuando su ausencia pasó a ser también física- no es contrario al grande. Es el más grande. Contigo entendí que la espera es necesaria, pero que debemos ser dueños de nuestro propio tiempo mientras podamos, porque un día ya no lo somos y nos sentimos tristes, verdaderamente tristes por no haberlo sido. Que hay días que quizás haya que optar por no salvarse, si eso es lo que nos dicta el corazón. Que el destino puede hacerse sonetos y la lucha de clases también. Que el alma tiene rincones que a veces sólo se descubren con el tiempo, pero que no hay que dejar de descubrirlos. Que la melancolía no es mala. Que reflexionar nos hace muchas veces mejores. Que incluso el pasado puede tener porvenir. Tanto. Aprendí y aprendo cada vez que leo y releo, tus poemas, tus cuentos, tu prosa… Tanto. Pero, sobre todo, que el exilio de tu patria, de tu tierra, de tu gente, de los que amas, puede ser incluso peor que la muerte, y robarle la esquina más brillante, más frondosa y más llena de vida a otra primavera que comenzaste así…
“Esta noche estoy solo. Mi compañero (algún día sabrás el nombre) está en la enfermería. Es buena gente, pero de vez en cuando no viene mal estar solo. Puedo reflexionar mejor. No necesito armar un biombo para pensar en vos. Dirás que cuatro años, cinco meses y catorce días son demasiado tiempo para reflexionar. Y es cierto. Pero no son demasiado tiempo para pensar en vos. Aprovecho para escribirte porque hay luna. Y la luna siempre me tranquiliza, es como un bálsamo. Además ilumina, así sea precariamente, el papel, y esto tiene su importancia porque a esta hora no tenemos luz eléctrica. En los dos primeros años ni siquiera tenía luna, así que no me quejo. Siempre hay alguien que está peor, como concluía Esopo. Y hasta peorísimo, como concluyo yo”… ("Primavera con una esquina rota", de Mario Benedetti: Paso de los Toros, 14 de septiembre de 1920 - Montevideo, 17 de mayo de 2009)
“Esta noche estoy solo. Mi compañero (algún día sabrás el nombre) está en la enfermería. Es buena gente, pero de vez en cuando no viene mal estar solo. Puedo reflexionar mejor. No necesito armar un biombo para pensar en vos. Dirás que cuatro años, cinco meses y catorce días son demasiado tiempo para reflexionar. Y es cierto. Pero no son demasiado tiempo para pensar en vos. Aprovecho para escribirte porque hay luna. Y la luna siempre me tranquiliza, es como un bálsamo. Además ilumina, así sea precariamente, el papel, y esto tiene su importancia porque a esta hora no tenemos luz eléctrica. En los dos primeros años ni siquiera tenía luna, así que no me quejo. Siempre hay alguien que está peor, como concluía Esopo. Y hasta peorísimo, como concluyo yo”… ("Primavera con una esquina rota", de Mario Benedetti: Paso de los Toros, 14 de septiembre de 1920 - Montevideo, 17 de mayo de 2009)