miércoles, 22 de diciembre de 2010

La lluvia que intranquiliza...

Últimamente me abruma la complejidad. Y creo que me asusta la imaginación que no está dentro de la realidad (porque siempre he pensado que la imaginación no necesariamente ha de estar fuera de ella). Esta sensación sólo recuerdo haberla tenido, aunque entonces, con mucha más intensidad, y en otros ámbitos, cuando era niña. Muy niña…

…Durante los escasos meses (no creo que llegaran a dos) que fui al primer curso de párvulos, intenté adaptarme a aquellas aulas inmensas y a aquellos techos altísimos y abovedados del convento de los franciscanos donde habían decidido ubicarnos. Mi abuelo paterno me llevaba de la mano, o más bien lo llevaba yo a él, porque me horrorizaba la idea de llegar tarde. Así que casi siempre esperábamos congelados detrás de la verja de forja que separaba la calle del primer patio del convento. (Tarde. Nunca más recuerdo haber llegado temprano a los sitios, ni a nada. Sólo entonces). Dentro del aula, estábamos sentados en mesas circulares pequeñitas. Y aunque se suponía que cada uno estábamos a lo nuestro (dibujando, casi siempre), en el fondo, lo que más hacíamos era hablar “bajito” los unos con los otros. Recuerdo perfectamente, al líder natural de aquella mesa, contándonos que había seres diminutos debajo de su silla, que podían atacarnos si no le hacíamos caso. Todos parecían creerle y estar asustados por aquellos pequeños diablos. Aunque nunca pensé que se lo creyeran. Yo, durante semanas no dije nada. Ni reaccioné de ninguna forma. Un día decidí que ya estaba bien de hablar de seres irreales, invisibles e inexistentes. Así que no sé muy bien cómo –ellos tampoco lo saben-, pero convencí a mis padres para que no me volvieran a llevar allí, ni a ningún otro colegio, hasta los 6 años.

Quizás sean los años, quizás sea lo vivido, o sólo cansancio, pero empiezo (o quizás vuelvo, porque la memoria, ya sabéis, es tremendamente caprichosa) a necesitar que la imaginación se ponga de acuerdo con la realidad, o, no sé, que lleguen a un pacto, o a una tregua, que se sienten a hablar por lo menos. Sin prejucios, pensando en que quizás sus pasos no tengan por qué ser discordantes, ni jugar siempre en distintos campos.


Feliz Navidad. Lo mejor para el 2011. Siempre gracias.