sábado, 19 de diciembre de 2009

Argentina (I)


Uno va recorriendo caminos y en algunos encuentra horizontes. He visto tantos allí, que espero creer en su existencia cuando no los vea, y saber cambiar de camino para poder encontrarlos, si los momentos de ceguera perduran en el tiempo. Nunca los atardeceres fueron tan largos y bellos, ni los amaneceres tan vivaces. En la lentitud de los primeros fui consciente de mis mayores debilidades. Pero ese tránsito más largo de lo que estoy acostumbrada, y así, más tiempo más bello, me permitió aceptarlas un poquito más, sin que mi mente pasara a otra cosa porque había llegado la noche (como una tarde en Calafate, sentada junto a una cristalera, tomando un chocolate caliente, y mirando al azul indescriptible del lago Argentino). La intensidad y rapidez de los segundos, la de los amaneceres, al principio me molestaban sobremanera, y claro, me resistía…, pero fui dejándome llevar, poco a poco, y sin darme cuenta terminaron fascinándome. De Norte a Sur del país, la naturaleza me sobrecogía. A veces, me achicaba los ojos, por mucho que yo quisiera agrandarlos, y me doblegaba. Otras, sin embargo -porque yo no me daba por vencida- le plantaba cara a su hermosura, y desafiante, cogiendo todo el aire -o agua- que cabía en mis pulmones, me quedaba embobada, mirándola (los impresionantes saltos de agua del río Iguazú entre Argentina y Brasil desde arriba, las bocanadas de agua espumosa que en algunos momentos se me antojó que estaban mezclados con chorros de miel que se derretían al llegar a la parte calma –era el color de las piedras y de la tierra que arrastraba el enorme caudal de agua-; la estepa patagónica, árida, casi “la nada” a través de kilómetros y kilómetros, donde se mezclaban el marrón grisáceo de la tierra, el azul “lechoso” del lago Argentino, el verde pálido de esta parte de las montañas con restos de nieve del invierno, y el azul del cielo; los recorridos entre glaciares e icebergs donde el verde de las montañas, contrastaba con otro azul, el de la luz que se reflejaba en la nieve acumulada que “chorreaba de esas montañas”, o el de los trozos de hielo que se desprendían con su movimiento; el glaciar Perito Moreno con su potente pared asimétrica, azulada, fuerte, imbatible, sorprendente, allí, tras la curva de los suspiros, dejándose ver…).



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