martes, 11 de septiembre de 2012

A veces la vida se te sale por la boca (I)

A veces la vida se te sale por la boca. Sin digerirla. Sin apenas masticarla. Y, entonces, las imágenes captadas, las situaciones vividas, y las emociones o sentimientos asociados a esas imágenes y situaciones, se superponen, se entremezclan, e irrumpen en cualquier momento -rara vez durante la vigilia o el sueño, y a menudo en el duermevela - sin orden, sin aviso, sin tregua… Sin que podamos establecer una línea divisoria clara entre todos ellos.

Cuando Violentango y Oblivion suenan juntos, uno detrás de otro, los mundos de la trastienda florecen… Y veo un salón amplio, con techos altos y velas en las ventanas donde un piano, un violín y un bandoneón te cambian el gesto y el ánimo (más cuando es compartido); una tarde de invierno, en los conocidos almacenes de la esquina de Serrano, probándonos ropa de abrigo, bromeando y tomando café calentito. Y, otra, en la que intentábamos organizar nuestros encuentros, para sabernos más, y vestir lo nuevo, a sorbos de un batido de frambuesa en el Mercado de San Miguel, con más sol, y más luz. Frío siberiano, del que cala los huesos, fuera, en un pueblo del Valle, y calidez, de la que dan los incondicionales, dentro, al calor de una hoguera de leña. Un lugar, también allí, en el Sur, donde se cumplieron años –porque en esta ocasión no los cumplisteis vosotros-. Años que se nos antojó que pesarían menos si estabais rodeados de sorpresas, de risas y de cariño (mucho…incluso en algunos momentos, todo).

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