domingo, 12 de enero de 2014


"Olvidemos
el llanto
y empecemos de nuevo,
con paciencia,
observando a las cosas
hasta hallar la menuda diferencia
que las separa
de su entidad de ayer
y que define
el transcurso del tiempo y su eficacia..." (A. González)
 
 
El otro día, del año pasado, no llegué a entender del todo este poema de Angel González. “Observar a las cosas y hallar la menuda diferencia que las separa de su entidad de ayer  y que define el transcurso del tiempo”. Quizás porque me puede la impaciencia. Y porque llevo mal la tristeza. Y La falta de alegría. Y de confianza. No lo sé. La “menuda” diferencia… Hoy las cosas, los lugares, las calles, los edificios, son prácticamente otros para mí. O más bien, es como si no estuvieran allí realmente, o como si no estuviera yo. Eso, como si no estuviera yo. Tengo la misma sensación que tienes cuando sueñas. Y las cosas están, rellenando el contexto en el que estás tú, pero no las miras, porque no importan, porque sólo son algo difuso …Todo tiene que ver con esa adicción mía a la ternura, al amor, a la dulzura. Creía que había aprendido a amar con los ojos abiertos. Pero no, no lo he hecho, creo. El pálpito se siente o no se siente. Y, esa adicción mía a las cosas de verdad. A los sentimientos profundos y hondos. Cómo no sentir un poco más la ligereza que me rodea. La ligereza casi intrínseca a la naturaleza emocional de muchos de los seres humanos. No quise ser una excepción en esto, ni en nada. No, de ninguna manera. Pero no se puede huir de uno. Ni esconderse.  Aunque quiero creer que alguna vez y tras muchos intentos, nos matizamos, me matizo, y aprendo un poquito más ….La diferencia que las separa de su entidad de ayer, la de las cosas, sólo es menuda cuando transcurre el tiempo. Y para mí todavía ha transcurrido demasiado poco. No saber lo que uno quiere o siente, debe ser a veces angustioso. Yo lo sabía, lo sabía perfectamente, lo veía meridianamente claro. Pero dio igual. Hoy sus dudas, ya son mías. Y cuando dudas, cuando no sabes, un día estás arriba, y otro día estás abajo. Un día piensas una cosa, y al otro, otra. Vas como en una montaña rusa, pero en la que tú no te has montado, aunque vayas. Te sientes un títere a merced de los hilos que el otro mueve. Otro, que desgraciadamente los mueve cada día en un sentido distinto al anterior, porque no sabe moverlos mejor, o porque no puede, o por las dos cosas. No se ha dado cuenta, todavía, y está acostumbrado a vivir así. Tiempo, tiempo para ver que la diferencia de las cosas y los lugares es realmente menuda de ayer a hoy. Y distancia, distancia para que se suavicen los saltos de esa montaña rusa a la que hemos dejado que nos suban. Pero no hay prisa, el tiempo es mío y su eficacia es segura. Ni distancia que no se pueda poner si uno quiere.  Y no se necesita fuerza, sólo no parar, no pensar. No se necesita casi nada, sólo sumergirnos en el ritmo natural de lo cotidiano. Sobrevivir, otra vez…Para  poder volver a sonreír sin imposturas ni aspavientos, con calma…Para vivir, de nuevo, como lo he hecho hasta hace un mes, con alegría. Y si sé, si puedo - querer siempre he querido-,  seguir creciendo...Seguir. Siempre seguir.  Creciendo. 
 

No hay comentarios: