...Árboles centenarios cuya silueta se percibe
sobre el fondo gris del Pichincha. Y, por encima, las nubes blancas que dejan
traspasar una luz de atardecer que te deslumbra. Niños de ojos negros y mirada
despierta de no más de tres años corretean a nuestro alrededor con un
desparpajo asombroso. Se respira vida. Anochece, y el cielo se acorta desde la
altura...(en el parque "La Carolina", el último domingo de
noviembre, al lado de vuestra casa, entre las calles "6 de
Diciembre" y "Eloy Alfaro").
Me desperté dos días antes con margaritas naranjas en la mesita de noche. Preciosas. Naranjas. En un ramo, con otras florecillas lilas y rosáceas que las acompañaban a la perfección. Fue vuestro regalo acertado de bienvenida, porque ellas, y los Pichinchas a través de los cristales, se convirtieron en mi primera y larga imagen de un Quito que se me resistía…El despertar a vosotros fue inmediato. Allí, os encontré perfectamente instalados, en otra altura, con otras vistas, pero con vuestro trabajo, con vuestras nuevas obligaciones, en una enorme mesa de esas que os unen. Me gustó conocer esa cotidianidad vuestra, reconocer algunos ingredientes, y compartirla. Sobre todo, compartirla, con sabor a guayaba, guanábana, mango, granadilla o naranjilla –esos placeres gustativos que sin duda procedían de lo que en otro tiempo fue “otro mundo”, e incluso a mí me pareció que ahora…-. Luego, vino el despertar a la calle, pero a poquitos. De esos poquitos retengo, como un tesoro, los almuerzos en el centro cultural Metropolitano. Un remanso de paz, en medio del bullicio de la Plaza Grande y del centro de una ciudad que además de vivir hacia afuera estaba en fiestas, donde yo, como en una ensoñación, oigo al recordarlo un piano, y veo una cúpula acristalada en un patio interior mirando por la ventana del restaurante que allí había. De la existencia de la cúpula, tengo pruebas fotográficas; de la música de piano, mi recuerdo es vívido, y vuestra complicidad también. Y, eso, ya me basta. Desde el Panecillo, Itchimbía, el mirador de la casa de Guayasamín, o el teleférico que subía al Pichincha, pude ver con perspectiva esta hermosa ciudad, encallada en un valle, a mis ojos y a primera vista alargada y flanqueada por esta parte de los Andes, que después se extendía y agrandaba con barrios enteros de casitas de colores diseminadas por las distintas laderas de los volcanes. Con sol y sombra, sobre todo por la tarde. Formando un tapiz de verdes y algunos rojizos alrededor de unas nubes inquietas, y de niebla que iba y venía, dejando casi siempre sentir unos rayos de sol verticales. Ese día, el de Itchimbía, y el del Mercado de La Mariscal, supe que ya empezaba a captar el Quito en el que vivíais. También vimos la Compañía, claro. Nos recreamos no sólo en el barroquismo dorado de su interior, sino en la perfecta armonía y “elegancia” con la que estaba construida y adornada. Me asombró mucho. No era el estilo que suele gustarme. Pero ese brillo, esas puertas, esa sensación de luz inmensa, y de nuevo esa armonía, que de alguna manera simplificaba el barraco, se quedaron conmigo, y me ensancharon. Varias veces te miré, y pensé que a ti también.
…Fue el taxista de la costa, de la zona de
Guayaquil, alto y con rasgos distintos a los ecuatorianos que yo estoy
acostumbrada a ver –estos suelen proceder del altiplano-, el que me dio más
pistas de la gente de allí y de su diversidad. Su extrema amabilidad en el
lenguaje, su espíritu de acogida y de apego a la familia, su ritmo calmado, y
la enorme importancia de la mujer en el sustento de la economía familiar, que
percibí, encajaron con lo que conocía y pensaba. Pero ese espíritu disidente y
peleón de este hombre, que contrastaba con la aparente docilidad generalizada que se respiraba –vosotros me
dijisteis que más en el lenguaje que en los actos-, me gustó. Sobre todo cuando
la lucha por una sociedad mejor, se mezclaba con el predeterminismo de “pasa lo
que tiene que pasar, independientemente de las circunstancias”. Muchos contrastes que despertaron mi interés…Más aún
cuando sabes que allí, en Quito, existe una “capilla del hombre”, además de las dedicadas a Dios o a los Santos, precisamente porque de estos se sabe menos que del primero y sin embargo existen centenares... Una Capilla del Hombre. Me fascinó esta idea del
pintor y escultor y muralista, Guayasamín. Descubrí que su talento y fuerza eran capaces de
mostrarnos muchos rostros del hombre, y de despertar -de fuera adentro, y de dentro afuera- muchas almas. También me
gustó que después de su etapa del llanto, y de la ira, viniera la de la
ternura. Es de nuevo esa reconciliación tan sabia de quien se sabe un hombre con
todas sus consecuencias y contradicciones. Pintó a Paco de Lucía en una hora.
Los principales rasgos del rostro de una persona no cambian, perduran a lo largo
del tiempo, se quedan, pensaba, decía y pintaba. Cuando salí de su casa, vi a
mi izquierda el árbol de la vida, y a la derecha, a vosotros. Sentados,
comiendo, tranquilos, mirando a esta ciudad alta y de apariencia neblinosa, de casas de colores vivos,
y volcanes al fondo, donde sólo se respiraba silencio, y ganas…
“Por los niños que cogió la muerta jugando, por los hombres que desfallecieron trabajando, por los pobres que fracasaron amando, pintaré con grito de metralla, con potencia de rayo, y con furia de batalla” (O. Guayasamín, En la Capilla del hombre).
3 comentarios:
Nos hubiéramos quedado sentadas en esos bancos toda la mañana sólo hablando,como siempre y robando fotos. Aquel día hizo cinco años que se fue mi padre. No quise saberlo, pero si intuía algo especial allí dentro. Que bién te sentaba el sombrero azul con ese vestido ligero. Repito que ha sido un regalo para siempre poder vivir contigo tantas sorpresas, emociones, risas, esos días tu y yo, y toda la familia. Me hacía féliz tu complicidad con Alma. Bueno que me pongo ñoña...Gracias, gracias preciosa. Te echamos de menos ahora en nuestras nuevas alturas.
:) Para contrastar el nudo que también se me pone a mí, debería haber contado mi entrada "triunfal" en el "estanque"...Algún día lo cuento... Y tu cara...y la de las chicas del museo...Qué voladura! Yo también os echo de menos. Mucho, mucho. Mucho. Gracias.
...Me imaginé que tenía que ser esos días, porque coincidió con mi viaje a Argentina cinco años atrás...Y te entiendo, y quise acompañarte, también desde mi presentimiento. Un beso enorme!!
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